Por qué Historias con Lupa

Si uno le pone una lupa a una tela aparentemente lisa descubre nudos impensados, hilos desparejos antes imperceptibles. Lo mismo pasa con la Historia. Cuando uno la mira con una lente inquisitiva, aparecen las vidas privadas, las mezquindades y los heroísmos y, en el fondo silencioso, los deseos, esos que explican de verdad las conductas. Esto queremos aquí: mostrar las historias con minúscula, los hilos imperfectos pero espléndidos que forman el tejido de la Historia con mayúscula.

Pero hay también otro modo. Una historia, esta vez de lo más íntimo, el cuerpo, escrita con imágenes. Para eso hay que ir a www.imagenesdelcuerpo.blogspot.com.

viernes, 30 de diciembre de 2011

Qué me van a hablar de amor

Aurelia Vélez Sarsfield

“Te amo con todas las timideces de una niña, y con toda la pasión de que es capaz una mujer. Te amo como no he amado nunca, como no creí que era posible amar. He aceptado tu amor porque estoy segura de merecerlo”. La carta no tiene firma, ni destinatario, ni fecha (acaso enero de 1862). Pero nadie duda que la escribió Aurelia, la hija de Dalmacio Vélez Sarsfield, a su bien amado Domingo Faustino. El tono, ese tuteo íntimo en una época en que el usted ponía distancias, el estilo. No podía ser otra que Aurelia.
Un mal día, Dominguito interceptó una carta del padre que no decía Aurelia, sino un señuelo cualquiera para que no cayera en manos de la esposa, el nombre de una vieja que no sabía ni leer ni escribir. Pero cayó, nomás. A Benita se la llevaban los vientos.
Hubo desde entonces muchos océanos que separaban y otros tantos puentes. Una de aquellas veces fue cuando Aurelia le pidió que, siendo casada aunque divorciada, su pasión declinara en amistad. “Desde hoy soy viejo”, le contestó Sarmiento.

miércoles, 28 de diciembre de 2011

Imágenes del cuerpo. Ostentatio genitalium

Varón de dolores, Maarten van Heemskerck, 1532, 
Museo de Bellas Artes de Gante, Bélgica

Aquí Cristo es “varón de dolores” (Is. 53:3). Los ángeles se disputan la carne resucitada. La mano muestra el estigma, la marca. El costado todavía sangra un poco, dando prueba de la sangre renacida. El cuerpo, espléndido. No podría ser de otro modo, es el cuerpo de la resurrección.
Tampoco podría ser de otro modo el pene apenas velado, poderoso. Es el símbolo de la restauración después de la muerte. Como Osiris, con el miembro viril enhiesto después de que Isis lo recogiera en pedazos del Nilo. El falo no es sino la inmortalidad. Siempre lo fue.
En el Renacimiento, era frecuente la mostración ostensible de los genitales de Cristo, como en este cuadro ciertamente manierista del holandés van Heemskerck. El acontecimiento de la resurrección, diría Badiou, consiste en que Cristo es humano; un varón de dolores experimentado en el quebranto, dice Isaías. La llamada ostentatio genitalium venía a confirmar esa carnalidad paradojalmente gloriosa.
No pocos artistas renacentistas mostraban con orgullo el pene de Cristo como testimonio de la pujanza de la carne, de la derrota de la muerte. Después vinieron otros tiempos. En la capilla de Sixto IV, los genitales majestuosos de El Juicio Final fueron tapados con trapos vergonzosos. Es una lástima que el cristianismo renunciara a este cuerpo del pene insurrecto. 

lunes, 26 de diciembre de 2011

Personajes. Juan Baigorri

Juan Baigorri y su caja de hacer llover

Le decían Júpiter, por el dios del tiempo y los ciclos agrarios. Más ramplones, otros lo llamaban simplemente el mago de Villa Luro. Ni mago, ni dios. Sacaba su cajita, no más grande que una radio de entonces, y hacía llover.
Tanto hacía llover que opacaba la guerra civil en la España desangrada y los rumores de guerra. Hasta se dijo que había desencadenado la tormenta que se abatió sobre el Canal de la Mancha sobre el infeliz Chamberlain, que todavía creía que podía negociar con Hitler. Cuentan que lo paraban en la calle para que no hiciera llover los domingos, para no estropear el asadito de fin de semana.
Como sea, Juan Baigorri hacía llover. Nunca se supo cómo. Se llevó el secreto a la tumba, en 1972. Cuando lo enterraban en la Chacarita, octogenario y pobre, se largó a llover.

jueves, 22 de diciembre de 2011

La mirada de Darwin

En el invierno de 1832, Darwin anduvo por estos pagos. No sólo conoció a la equívoca Mary Clarke. También opinó sobre las Provincias Unidas del Río de la Plata, transidas de revoluciones cruentísimas. Lo hizo impiadosamente, como se ve.
“La policía y la justicia son completamente ineficientes. Si un hombre comete un asesinato y debe ser aprehendido, quizá pueda ser encarcelado o incluso fusilado; pero si es rico y tiene amigos en los cuales confiar, nada pasará. Parecen creer que el individuo cometió un delito que afecta al gobierno y no a la sociedad. (…)
En la Sala de Buenos Aires no creo que haya seis hombres cuya honestidad y principios pudiesen ser de confiar. Todo funcionario público es sobornable. El jefe de Correos vende moneda falsificada. El gobernador y el primer ministro saquean abiertamente las arcas públicas. No se puede esperar justicia si hay oro de por medio”. 

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Imágenes del cuerpo. Ecce corpus

Un par de zapatos, Vicent van Gogh, 1886, 
Rijksmuseum Vicent van Gogh, Amsterdam

He aquí un cuerpo. ¿Dónde? ¿En estos zapatos gastados de campesino? Pero si el campesino no está.
Sí está. Está en la deformidad grotesca que fue modelando el peso del cuerpo, todo de pie en los zapatos. Está en el alivio de esos cordones desatados después del trabajo. Está también en esas rajaduras que dejan pasar el agua de la lluvia cuando llueve el agua.
Es la autosuficiencia de la imagen artística, diría Heidegger en Caminos de bosque, un ensayo delicioso. Los zapatos significan por sí mismos.
Que hable Heidegger: “En la oscura boca del gastado interior del zapato está grabada la fatiga de los pasos de la faena. En la ruda y robusta pesadez de las botas ha quedado apresada la obstinación del lento avanzar a lo largo de los extendidos y monótonos surcos del campo mientras sopla un viento helado. En el cuero está estampada la humedad y el barro del suelo. Bajo las suelas se despliega toda la soledad del camino del campo cuando cae la tarde. A través de este utensilio pasa todo el callado temor por tener asegurado el pan, toda la angustia ante el nacimiento próximo y el escalofrío ante la amenaza de la muerte”.
¿Cómo que no está el cuerpo? El cuerpo también está en la huella.

domingo, 18 de diciembre de 2011

Personajes. Mary Clarke

Les quitaron los grilletes recién en altamar, cuando sólo había cuatro horizontes de agua alrededor de la nave y arriba, estrellas que indicaban mudas el rumbo: el sur. Iban a Australia. Y terminaron en el Río de la Plata.
Ellas eran sesenta y ocho convictas, muchas condenadas por su vida alegre. Ellos, setenta y cinco soldados “voluntarios”, un eufemismo, y veinticinco marineros regulares.
En altamar les soltaron los grilletes y cada uno tomó mujer, todas muy dispuestas. Conrad Lochard, un ex oficial suizo al servicio de Francia, tomó (literalmente) a una avispada jovencita de diecinueve años. Se llamaba Mary Clarke.
La fragata “Lady Shore” había zarpado del puerto inglés Falmouth y, más que una fragata, era una cárcel flotante. No sólo por las chicas. Algunos soldados “voluntarios” eran republicanos y todos se sentían en prisión. 
Nada se necesitó para que estallara el motín. Los franceses, cuándo no, mataron al capitán, acomodaron a la oficialidad en un bote maltrecho ante la costa del Brasil y enfilaron a Montevideo.
Entraron al puerto con la bandera francesa enarbolada sobre la inglesa. Se habían convertido en corsarios. Pero no los trataron bien, mandaron esa “repugnante colección de villanos” aguas abajo, a Buenos Aires. Allí fueron los marineros, los soldados y las convictas.
El tiempo los borró de la memoria a casi todos. Sabemos de cuatro infelices que terminaron en la horca británica, un ex tripulante metido a proxeneta de sus compatriotas y algunas muchachas encarceladas por vagancia y mala vida, otro eufemismo.
A Mary Clarke, por entonces menesterosa y desangelada, la encontramos años después muy oronda en su salón, al que concurrían Manuelita Rosas, el Protomédico O’Gorman, y, parece mentira, lo más granado de la comunidad británica en estas playas.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Imágenes del cuerpo. Una mujer de pueblo

La morte della Vergine, Caravaggio
Museo del Louvre, 1606

La Virgen está muerta. La luz cae, lúcida, sobre María. Y sobre la otra María, María Magdalena, que rehúsa el rostro. El resto es oscuridad, una oscuridad roja como ese telón rojo que teatraliza la escena tenebrosa.
Los carmelitas, que le pidieron el óleo monumental (tiene más de 3 metros de alto y dos metros y medio de ancho), lo rechazaron, escandalizados. No era para menos.  En María no hay nada sagrado. Tiene los pies hinchados. El vientre abultado. La mano muerta apunta a la tierra, no al cielo. Cuesta ver el sutil halo de la santidad.
El arte sacro es para con-mover al creyente, para moverlo a la fe. Y aquí no hay más que una mujer de pueblo muerta.
De allí las murmuraciones. Que la modelo era un ahogada en el Tevere, por eso el vientre hinchado. Que no, que el vientre indicaba la gravidez, ese atributo místico y contradictorio de la virginidad. Que tampoco, que la que posó era Lena, la amante puta del pintor.
Y, en todo caso, esa muerte no ha sido la dormición, ese tránsito leve e indoloro, que cualquiera sabe que atravesó la Virgen. De nuevo, que no. Que, así como antes se mostraban los genitales de Cristo para probar su condición de hijo de hombre, María también.
En fin, que es una muerte, no una asunción. Recién en 1950, Pío XII declaró ser dogma que María fue asunta en cuerpo y alma. En cuerpo, repetimos, y alma. Puede que en este lienzo esté el cuerpo, pero seguro que no está el alma. Qué se podía esperar de Michelangelo Merisi, il Caravaggio, que se pasaba retratando los hombres y las mujeres del Trastevere.

domingo, 11 de diciembre de 2011

Personajes. Ramón Bernabé Estomba

Imagen falsa de Ramón Bernabé Estomba, 
Juan Fonrouge, 1928

No tiene rostro. El coronel Ramón Bernabé Estomba, que peleó con Belgrano, Bolívar y Lavalle, no tiene un rostro para la memoria. Y, cuando lo tuvo, fue falso.
En 1928, alguien contrató al retratista Juan Fonrouge para que le diera un rostro fidedigno no tenía ni siquiera un mal retrato. Le dieron mil pesos de los cinco mil prometidos y el artista salió a la búsqueda de una cara. Volvió con una gran noticia: la sobrina nieta tenía una miniatura del prócer. La posteridad conocería por fin el rostro de Estomba.
El cuadro fue puesto en un salón municipal y cubierto con un lienzo a la espera de la inauguración oficial. Hasta que se publicó una foto de la obra. Un comedido de esos que nunca faltan afirmó que en París había un retrato idéntico: el de Édouard Adolphe Casimir Jospeh Mortimer, mariscal de Francia al que Napoleón concedió el título de duque de Trévise. Fonrouge había hecho una copia casi exacta no sólo del cuerpo del mariscal, sino incluso del cañón, que había hecho lo suyo en las estepas rusas y no en los Andes.
El lienzo nunca fue retirado, Fonrouge no cobró los cuatro mil pesos que le debían y Estomba se quedó sin sus rasgos para siempre. Pero no fue lo peor que le pasó.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Imágenes del cuerpo. La memoria de la muerte

Vanitas, Arturo Aguiar, 2007
Fotografía directa de acción 

Sobre el mantel de hule se sienta la muerte. O, al menos, los signos premonitorios de la muerte. La copa caída. La fruta marchitable. Uno de esos duraznos tal vez levemente tumefacto, como en un cuadro de Caravaggio. 
Las luces de la ciudad, fuertes, parecen la vida en la ventana. Pero están como desajustadas, son inestables también ellas.
Esta imagen del cuerpo es una advertencia. Una vanitas, aquello del Eclesiastés: “Vanidad de vanidades, todo es vanidad”.
La memoria de la muerte viene del siglo XVII y, aún antes, del siglo XV, cuando la peste y la peste de las guerras hicieron que los cristianos necesitaran un Ars morendi, un manual del bien morir.
Y, sin embargo, en pleno siglo XXI, hay quien piensa en la nimiedad del mundo ante la certeza de la muerte. Es porque el cuerpo sigue anidando los huevos de la muerte, ahora demorada un poco más, pero anidándolos de todos modos.
No hay anacronismo, entonces, en el tema. Tampoco lo hay en el estilo, completamente barroco, de esta fotografía intervenida.
Arturo Aguiar distribuye las luces y las sombras. Ilumina apasionadamente el mantel y sus vanidades. Y ensombrece el cuerpo vivo. Hace, en fin, una fotografía barroca, como las vanitas del siglo XVII.
Claro que esta admonición bíblica bien puede transformarse en una incitación. “Las vanidades transmiten a veces un gran pesimismo –dice Robert Muchembled, que conoce bien al Diablo-, y otras veces una invitación a gozar intensamente de la vida”. 

domingo, 4 de diciembre de 2011

Personajes. Vittorio Meano

Vittorio Meano

No nevaba en Buenos Aires. La calle Rodríguez Peña no era la larga vía Roma, con las arcadas donde las viejas vendían castañas asadas y las prostitutas sus cuerpos. La vida no era una ópera verista de las tantas que había visto en el Teatro Regio de Turin (Turin sin acento, en piamontés).
Y, sin embargo, allí estaba. La vida se le iba por dos agujeros negros. Lejos de todo; lejos, sobre todo, de sí mismo. Vittorio Meano, el arquitecto del Teatro Colón y del Congreso de la Nación, moría a los cuarenta y cuatro años sin ver terminadas sus obras mayores. Como Gaudí, que moriría con la Sagrada Familia incompleta.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Imágenes del cuerpo. Lo evidente

El mudo, Juan Carlos Di Stéfano, 
1973, Museo Nacional de Bellas Artes

La carne no es de mármol heroico sino de resina epoxi; material innoble si los hay, pero vehemente. En todo caso, es carne, humillada.
El cuerpo tiene una posición forzada, la cabeza entre las rodillas martirizadas. Tal vez sea ese balde colgado del cuello, las ligaduras de los antebrazos incrustados en la espalda.
Le acaban de sacar la cabeza del balde. El agua le chorrea todavía de la mandíbula. La barba crecida de agua. La piel ahogada.
El mudo es la imposibilidad física de hablar. Y el silencio.
Una de las cosas más horrorosas de los años de plomo era que uno veía lo que otros no veían. Los cuerpos no se veían. Aunque fueran evidentes. 
Hasta la censura militar no veía lo que era evidente. Esta escultura de Juan Carlos Di Stéfano estuvo en el Bellas Artes desde 1973. Y nadie la movió de allí desde entonces.
En ese mismo año, Eduardo Tato Pavlovsky presentaba El señor Galíndez, la historia de un torturador que hacía lo suyo sin que nadie lo advirtiera. Los diarios de la época hablaron de un “gran éxito teatral”. ¿No es increíble? 

martes, 29 de noviembre de 2011

El ángel que sella los labios

Es una historia de vida. Pero también un prisma que refracta las luces más siniestras. El protagonista es el Obersturmführer Maximilian Aue, un teniente de las SS destacado en el frente ruso. Está convencido de la política de exterminio de los judíos. Apenas le dan arcadas cuando pisa los cuerpos todavía convulsos en la fosa.
El libro es terrible e, inesperadamente, bello, fatal. Como cuando le llevan a un viejo judío alto, de larga barba blanca. Entonces Aue repara que el labio superior, bajo la nariz, era liso, sin la parte hundida que hay habitualmente en el centro. Cuando nací, le dice el anciano, el ángel no me selló los labios.

jueves, 24 de noviembre de 2011

Personajes. Dominga Rivadavia

La primera edición de la novela
de Eduardo Gutiérrez, N. Tommasi, editor, 1900 

Durante mucho tiempo, los que pasaban por la calle del Socorro (Juncal) y Cerrito se persignaban. Algunas viejas se bajaban de la vereda enladrillada. No era para menos, en esa quinta vivía Dominga, la hija natural de Santiago, el hermano maldito de Bernardino Rivadavia y Rivadavia.
La quinta estaba a un tiro de fusil de la costa del Plata, que lamía las toscas húmedas. Y que, un tiempo atrás, mojó la frente mortalmente abierta de Edelmira. Las malas lenguas, que nunca faltan, decían que el golpe lo había asestado su propia madre, Dominga Rivadavia.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Imágenes del cuerpo. Demasiada perfección

Edad de bronce,
Auguste Rodin,
1875/76,
Musée Rodin, París
El soldado
Auguste Neyt
al natural
 Es la derrota empuñecida. A veces hay que inventar palabras. Es lo que hay que hacer ante este hombre desnudo que aprieta los puños como cuando se aprietan los labios para contenerse. Los puños de bronce tiemblan. ¿De qué otra manera expresarlo sino con palabras inventadas?
El vencido (que Auguste Rodin terminó llamando La edad de bronce) se duele de la derrota francesa en la guerra contra Prusia, en 1870. La frustración está toda allí. “El ojo más severo –dice Rainer Maria Rilke- no podría descubrir en esta estatua ningún espacio que fuera menos viviente”. Es perfecta.
Demasiado perfecta. Los académicos recelan. Acusan al escultor de haber vaciado directamente el cuerpo del modelo. No es que nadie lo hiciera, pero era desdoroso si no se hacía con tacto. Y Rodin había provocado el escándalo de la verdad (no de lo real que, es irrepresentable).    
Acosado, fotografió a su modelo, un soldado belga llamado Auguste Neyt. No es tan hermoso. Miren, dice Rodin, ese puño abandonado no es esta mano de dolor de bronce.
No le creen. Los académicos no aceptan ese cambio definitivo en la mirada sobre el cuerpo.
Al final, el astuto Estado francés compró la escultura. Pagó 2.200 francos...el precio del vaciado en bronce. 

lunes, 21 de noviembre de 2011

Personajes

En el telar de la historia está primero la urdimbre, esos hilos tensamente longitudinales, impecablemente paralelos. Después están los otros hilos con los que se entrelazan. Hilos que vienen del golpe del telar, hilos sacudidos, que a veces tienen un grosor desparejo, un teñido algo fallido. Esos hilos son las vidas, terriblemente individuales, de la gente.
Cuando la tela está terminada, los hilos entrecruzados no se notan demasiado. El paño parece liso. Pero allí, secretamente, están los hilos imperfectos, las vidas nunca rectas, nunca paralelas, por momentos deslucidas de la gente. Basta acercar la lupa para ver esa trama íntima.
Esto es lo que vamos a hacer en nuestra nueva sección, Personajes, que se publicará aperiódicamente (no como “Imágenes del cuerpo”, que aparece los miércoles) dentro de poco.
¿Por qué Personajes? Por algunas preguntas que siempre le hice a la vida de los próceres. ¿Manuel Belgrano hubiera sido un economista político si no hubiera querido redimir los chanchullos de su padre Domenico? ¿Bernardino Rivadavia hubiera sido otro si don Benito no lo hubiera arrancado del colegio San Carlos antes de que terminara sus estudios? Quién sabe.
Después hay otras vidas, las vidas de los de la segunda fila, diría Luna, los que no dejaron señal en la tela de la historia. Pero que, en la poquedad de sus vidas, reflejan admirablemente el imaginario social de la época en que vivieron. O en que viven. Porque, como siempre, iremos de allí para acá, del ayer al hoy, en la lanzadera que la historia usa para tramar.

viernes, 18 de noviembre de 2011

El exorcista

A mediados del siglo XVIII, el jesuita Pedro Lozano decía que el diablo husmeaba por el Tucumán. “Hay todavía no pocos que después de haber abrazado la ley de Cristo profesan estrecha familiaridad con el demonio, con cuyo magisterio salen eminentes en el arte mágico”. Pocos después, la india santiagueña Lorenza era acusada de salamancas con el Zupay, el nombre que por allá tenía Mandinga. La Lorenza no fue la única. A Juana Pasteles los exorcismos no la salvaron de la pena de muerte por bruja.
Doscientos cincuenta años después, estos asuntos parecen baladíes. No lo son.
Hace pocos días, el teólogo y exorcista Paul-Marie de Mauroy dio una charla en Paraná sobre el edificante tema “Cómo actúa el demonio y cómo protegernos de él”. Allí denunció que el reiki (la sanación por imposición de las manos) y la homeopatía son obras del demonio. Todo lo que es terapia energética es fruto de fuerzas ocultas, dijo.
El padre es presidente de la Asociación Internacional por la Liberación, que combate los malos espíritus. La Asociación tiene un sitio que se llama… vade-retro.fr.
El demonio parecía cosa del pasado. Pero no. Como advirtió Roger Caillois, “rechazad el Infierno, vuelve al galope”. Por las dudas: Crux Sancta sit mihi lux, non draco sit mihi dux. Vade retro Satana. Y tóquese el izquierdo.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Imágenes del cuerpo. La disolución de la carne

Estudio según el retrato del Papa Inocencio X de Velázquez
Francis Bacon, 1953, Desmoines Art Center

Lo que tiene la carne es que se pudre. Aun esta carne que reverbera en el oro o en la gloria. Se pudre.
Francis Bacon se permite la ironía de retratar el retrato del Papa Inocencio X de Velázquez. Los mismos ojos crueles, los mismos labios amargos, la misma púrpura pintadas por el sevillano están allí, disolviéndose.
Milan Kundera se pregunta cómo puede parecerse una imagen a un modelo del que es, programáticamente, una distorsión. Quién sabe. Pero se parecen. El Inocencio altivo de Velázquez es esta misma mueca desgarrada. Cuando uno se da cuenta de la semejanza, le corre un escalofrío por la espalda. Porque el parecido está allí: en la carne perecedera.
El cuerpo que representa Bacon no es el cuerpo del goce. Es el cuerpo que regresa inevitablemente a la animalidad, que siempre está regresando. La carne se deshilacha definitivamente después de la muerte. Pero se está deshilachando antes. Por eso ese grito.
Tenía razón Deleuze: las figuras desfiguradas de Bacon son las que mejor representan el hombre del siglo XX. 

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Imágenes del cuerpo. Esa mirada

Olympia, Édouard Manet, 1863
Museo de Orsay

Es inequívoca. La orquídea del pelo es de esas con las que algunos se frotan el sexo para despertar un erotismo dormido. La gata erizada (porque eso es, una gata) es como los parisinos del siglo XIX llaman a los genitales femeninos: la chatte. Y la mano, desvergonzada. No hay dudas, es una cortesana.
Y de alto vuelo. Estas damas de la noche suelen usar seudónimos resonantes, como Olympia, para ocultar sus nombres originarios.
Dicen que Manet se pasó un tiempo en Florencia copiando la Venus de Urbino de Tiziano. Aquella Venus es esta Olympia. El mismo cuerpo dulce, la misma criada (blanca en Tiziano). El animal que acompaña a la de Urbino es un perro, signo de fidelidad no de ambigüedad gatuna. Olympia es enigmática como los gatos de Baudelaire, en cuyos ojos amarillos los chinos leen la hora.
La Venus de Tiziano y la Olympia de Manet miran al que mira. Se parecen, qué duda cabe. Pero no producen la misma sensación. La Venus mira, regalona. Olympia mira, desafiante. Y nosotros miramos cómo nos miran.
Desde Olympia, nunca más habrá diosas en la pintura moderna. Habrá mujeres de carne y hueso. Desde 1863 -dijo alguien-, la pintura será para siempre la de una percepción y no la de un imaginario. 

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Imágenes del cuerpo. Las diosas ocluidas

Dánae recibiendo la lluvia de oro, Tiziano, 
circa 1553. Museo del Prado
La piel es nacarada, casi transparente. La lluvia de oro desciende, se acumulará como un arroyo fecundo en el sexo. El gesto de la pierna que se estira y que se abre ligeramente es un acomodarse, una espera. Y la mano se pierde, difusa, entre las piernas. Como presintiendo el goce.
Es Dánae, que será fecundada por Zeus, el dios que se hace esperma de oro y penetra en el reducto cerrado con cuatro llaves por el padre. Es hermosísima. Uno quisiera que no estuviera allí esa sirvienta oscura y masculina, la alcahueta que abre su delantal como si fuera otro útero para recibir las pepitas de oro. Que no estuviera tampoco ese perro enroscado que denota a la cortesana. Uno quisiera sólo la blancura de ese cuerpo desnudo.
Pero no nos engañemos, Tiziano pintó esta Dánae casi manierista para entretener a Felipe II, que la mostraría únicamente a sus gentilhombres. Se sabía (o se creía) que la modelo era Ángela, la amante del cardenal Farnese. Tal vez. Lo cierto es que el mito cuadraba con la doctrina cristiana: “Si concibió de Júpiter gracias a una lluvia de oro –decía Franciscus de Retza-, ¿por qué el Espíritu Santo no iba a poder fecundar a la Virgen?”
Como fuere, el cuadro es una celebración del cuerpo femenino. Un cuerpo ocluido: esta mujer, como las del Renacimiento, carece de hendidura vaginal. Desde los griegos, las hembras no tienen esa raja que conduce al reino de los muertos o, lo que es peor, al infierno. Habrá que esperar tres siglos para que Courbet nos muestre el origen del mundo. 

viernes, 28 de octubre de 2011

Saquen una hoja

Una escuela sancionó a una alumna de tercer año que usó su celular en horas de clase para subir a Facebook la foto que acababa de tomar a una compañera. La punición consistió en quitarle su condición de abanderada y exigirle una composición sobre el “uso y mal uso de los medios de comunicación”.
Los padres no aceptaron la sanción. Y llevaron el caso a tribunales. Por suerte, porque otros progenitores muelen a palos a los docentes que osan contradecir a sus hijos.
Antes, “la señorita” era un personaje ilustre de los barrios, no menos insigne que “el doctor”. Ya no es así. La escuela no es más (o lo es cada vez menos) el lugar donde ocurre la socialización secundaria, aquel proceso en que los chicos internalizaban valores y normas congruentes con la socialización primaria que se daba en la familia.
Hay, desde hace tiempo, un conflicto de largo aliento. Lo que no es malo en sí mismo. Pero ¿dónde se da la socialización secundaria? ¿En el programa de Tinelli?

miércoles, 26 de octubre de 2011

Imágenes del cuerpo. La espalda de Olga Zubarry

El ángel desnudo, Carlos Hugo Christiansen, 1946
¿Adónde vamos a parar? La señora estaba indignada. Esa noche había ido al estreno de El ángel desnudo. Olga Zubarry, que apenas tenía 17 años, se desnudaba en la pantalla. Es decir, la cámara hacía un plano medio corto (no más allá de los hombros), quitándose el tapado. La lente rotaba y mostraba el primer plano del ruin de Guillermo Battaglia mirándola con codicia. Otro plano más largo dejaba ver la espalda desnuda hasta la cintura. Adónde vamos a parar.
Hace poco, cuando una señorita hizo el primer desnudo frontal ante las cámaras de televisión, el conductor dijo: “Hasta acá llego”. Mentira, el límite se correrá una y otra vez. Nada quedará librado a la imaginación. Ésta es la lógica mediática: un erotismo falso.
Lo erótico y lo obsceno no se diferencian en provocar la excitación sexual, sino en la función creadora del erotismo. Ya lo decía Platón, lo erótico libera el amor. Lo obsceno es onanista, circular, infecundo.
La diferencia entre lo erótico y lo obsceno es evidente. Basta mirar el fragmento en que Olga Zubarry se desnuda. Todo está en la mirada de Guillermo Battaglia. http://www.youtube.com/watch?v=z83fbQ5yRlw

domingo, 23 de octubre de 2011

Identidad

No fueron muchos, pero en estos comicios presidencial unos cuantos presentaron la Libreta de Enrolamiento para votar. Vale la pena hojearla.
“El ciudadano que deba enrolarse –dice la ley de Enrolamiento de 1926- llevará su fotografía, hecha en papel al bromuro (sic), tomada de tres cuartos de perfil, sólo el busto y sin sombrero (sic)”. De modo que ahí está la foto del enrolado: tres cuartos de perfil y, desde ya, firmada por un coronel del distrito militar.
En la segunda página, la filiación. Se deja ver la herencia de aquel oscuro escribiente de la Prefectura de Policía de París, Alphonse Bertillon, que se desvivía por los cráneos. El hombre creía que los delincuentes eran fácilmente detectables por la arquitectura craneal y otros rasgos.
La segunda página de la Libreta de Enrolamiento muestra algunos de esos rasgos. Había que tachar las opciones que no correspondían: el color de la piel (blanca-trigueña-negra, significativamente no amarilla), los ojos (azules-verdosos-pardos-negros y chicos-medianos-grandes), la nariz (recta-aguileña-deprimida [¿?]-torcida y chica-mediana-grande) y la talla.
Cuentan que el bueno de Bertillon dividía las tallas en 3 categorías y las narices en otras 3, con lo que obtenía un sistema de 9 clases infalible a la hora de controlar a la gente. Eso, más la “impresión dígito pulgar derecho o izquierdo a falta de aquél” (¿y si faltaban los dos?) instaurada por Juan Vucetich en 1904, termina por identificar a cualquiera.
La Libreta de Enrolamiento es un anacronismo en estos tiempos en que la AFIP registra antropométricamente a los ciudadanos digitalizando la foto, la firma y la huella dactilar. O que, sencillamente, uno es el fantasma rastreable de su celular.

miércoles, 19 de octubre de 2011

Imágenes del cuerpo. El sexo azul

Había que componer Lola-Lola, la femme fatale de “El ángel azul” (1930). Marlene Dietrich empezó por la ropa. Entraba a las tiendas de lencería y desbarataba los muros hechos de cajas con puntillas. Seda negra como la noche, encajes arácnidos. Pero no había caso.

Recorrió entonces los mercados de pulgas donde se encontraba ropa usada a buen precio. Polleras de raso, chalecos rociados de lentejuelas. Tampoco.
Hasta que Marlene vio a un travesti con medias de seda negra sostenidas por ligas también negras y un sombrero blanco de copa. Ahí estaba Lola-Lola; Lola niña, todavía había que darle esa voz aguardentosa del Berlín decadente, pero ahí estaba.
El modelo de una de las vampiresas más despampanantes de la historia era un travesti, alguien que jugaba con las apariencias mejor de lo que lo haría cualquier mujer. 

martes, 18 de octubre de 2011

Imágenes del cuerpo

La historia del cuerpo se puede contar a través de imágenes. Desde las celulíticas de Rubens hasta las desfiguradas de Francis Bacon pero, también claro está, desde las fotos prostibularias de Bellocq o las esculturas de resina de Jeff Koons.
Quiero, como Ovidio, “contar los cuerpos”. Es increíble la cantidad de imágenes que significan el cuerpo. Mucho más ahora, cuando somos más imagen que nunca.
Imágenes del cuerpo será una sección periódica de nuestras “Historias con lupa” que saldrá, es un decir, todos los miércoles. Con el tiempo será una historia imaginaria del cuerpo. Eso espero. 

miércoles, 12 de octubre de 2011

Adulterio 1D

“No basta con el intercambio de palabras o mensajes cargados de erotismo y de fantasías entre dos polos de comunicación de la red, pues la infidelidad virtual, en tanto no pase a 3D, no llega a consumar el encuentro carnal que configuraría el adulterio”. La Justicia no cree que los e-mails eróticos sean una prueba de infidelidad. Necesita tocar lo real y lo carnal. La tercera dimensión, como reza la sentencia.
Esto ocurre cuando es evidente que la configuración biológica del cuerpo está siendo cada vez más relegada por la cibernética. Cuando el cuerpo es, antes que mera extensión carnal, una extensión-red. Cuando el cuerpo es un peso y una altura, pero también es su conectividad.
Más allá de estas especulaciones, ¿usted qué pensaría que si su pareja intercambiara e-mails subidos de tono con alguien, aunque que sea 1D?

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Decidir la propia muerte


“Los médicos no me dan respuestas. Hablan con metáforas”. Así hablaba una joven que pedía una muerte digna. No la tuvo, al morir pesaba 18 kilos. Por fortuna, ahora la dignidad última se discute en el Senado.
Sólo a los seres humanos nos es difícil morir. Sobre todo en estos tiempos en los que la tecnología abre la posibilidad de un encarnizamiento terapéutico más allá de los límites de un cuerpo que no quiere más. Morimos solos, desnudos bajo una sábana blanca, iluminados injuriosamente por la luz blanca de la terapia intensiva.
No siempre fue así. Hubo un tiempo en que moríamos en la misma cama en que habíamos nacido, rodeados de los que queríamos, creyendo en un trasmundo. “En las sociedades tradicionales –decíamos en nuestro libro Vivir la muerte. Historias de vida y de muerte entre 1610 y 1810- la muerte era una cosa natural. Lo que sobraba era el dolor inútil. Por eso cuando alguien agonizaba padeciendo en vano era corriente que se llamara al despenador. Era el modo en que los vivos facilitaban el paso de los que casi ya no lo eran al más allá”.

sábado, 24 de septiembre de 2011

Santos varones

Joaquín Belgrano
En verdad, en aquel entonces nadie se escandalizaba demasiado por los deslices de esos santos varones, que tenían más de varones que de santos. Un caso evidente era el de Joaquín Eulogio Estanislao Belgrano y Melián, que en 1829 ya era un mozo de veinticuatro años.
Joaquín era hijo de la parda libre Mauricia Cárdenas y del canónigo Domingo José Estanislao Belgrano, más conocido por ser hermano de Manuel que por sus altas dignidades eclesiales.
Manuel Belgrano designó a Domingo como su albacea. Una de las cosas que tenía que hacer era pagar sus deudas y, con lo que sobrara, asistir a su hija natural, Manuela Mónica del Corazón. La niña fue criada por su tía Juana María bajo la dirección espiritual del canónigo.
Domingo no era sacerdote porque lo hubiera querido él, sino su padre. En su afán de acrecentar su patrimonio y reproducir su poder, las familias principales tributaban a la Iglesia el primero de sus hijos varones. Más de la mitad de los curas eran, precisamente, primogénitos. Y las tentaciones del mundo eran muchas, a veces irresistibles, como se ve. 
No sabemos qué fue de la parda Mauricia. Pero sí que el hijo sacrílego, como les llamaban entonces, del padre Belgrano fue adoptado por uno de sus hermanos menores, Joaquín Eulogio Belgrano y su esposa Catalina Melián y Correa.
Este matrimonio también adoptó a Isaac Melián y Belgrano, hijo natural del hermano de Catalina, el coronel José Antonio Melián y Correa. José Antonio había acompañado a Manuel Belgrano en su Expedición Libertadora al Paraguay. Después de destacarse en la Campaña de los Andes, vivió en Chile por más de tres décadas.
Tal vez Isaac frecuentó al coronel Melián cuando éste regresó a Buenos Aires. Como fuere, fue uno de los que recibió los restos de San Martín, en 1880, en su carácter de “deudo de los próceres de la Independencia”. Quién sabe si aludía a su padre biológico o a su tío Manuel Belgrano. ◊
Vidas privadas
Santos varones (fragmento)
Caras y Caretas N° 2242; enero 2010

martes, 20 de septiembre de 2011

El descontrol de los barriletes

Es 1866, son tiempos bravos. El coronel Aurelio Cuenca asume como Jefe de Policía de Buenos Aires. Su primer edicto: “Se prohíbe a los menores que se entretengan en el juego del barrilete en la vía pública”. No vaya a ser que se descontrolen.
Da risa. En la “vía pública”, los chicos trabajan desde los seis años. Se trepan a los carros y roban puñados de carbón que venden para comprarse cigarrillos. Vagabundean por la calle a la mala de Dios.
Lo cuento en el libro que estoy escribiendo (la segunda parte de mi Hacer el amor):
“Cualquier sitio sirve: una pieza en una fonda de mala muerte, una casa abandonada, los bajos del Puerto, allí, en Paseo Colón, donde se mezclan prostitutas y travestidas. El onanismo –se esnadaliza Carlos Arenaza, médico de la policía- pierde con demasiada frecuencia el carácter de “vicio solitario” pues se practica en rueda, sin consideraciones de lugar y oportunidad. Es una especie de justa, en la que un grupo de menores inician al mismo tiempo la operación, bajo el control mutuo y aquel que termina primero, recibe el premio convenido que consiste generalmente en cigarrillos y centavos, cuando no las hojas periódicas que vocean por nuestras calles.
Y el coronel Aurelio Cuenca se preocupaba por los barriletes.  

martes, 13 de septiembre de 2011

La máscara de Dios


“Y Dios creó el hombre a su imagen, lo creó a imagen de Dios”. Hacemos los dioses a nuestra imagen y semejanza. Y después decimos que nos parecemos a ellos.
Mirarse en el espejo de Dios y ver nuestro propio rostro. Qué petulancia. Tenía razón Nietzche: “Todo lo que es profundo gusta de enmascararse, y las cosas más profundas odian la imagen y la semejanza”. Tal vez Dios quisiera una máscara. 

miércoles, 15 de junio de 2011

El ronquido

¿Está seguro de que quiere beber este medicamento que le hará dormir y luego morir?
-Sí, seguro. 
Hasta ahí todo bien. La muerte, bella, venía por la blanca alfombra aséptica que había tendido la clínica. El hombre bebió serenamente la pócima envenenada. Y se durmió por última vez.
Inesperadamente, roncó.
Era un ronquido. No un estertor de muerte, sino un ronquido que denotaba la vida. Un sonido inarticulado, una resistencia al paso del aire por la garganta. Una resistencia del cuerpo.
Fue horroroso. El ronquido develó brutalmente que la muerta maquillada no era sino un cuerpo que moría, la inminencia de la carne corrupta.
Fue obsceno, nadie quiere ver el cadáver. Por algo en estos tiempos los moribundos mueren en soledad.

(Antes de ayer la BBC difundió un documental sobre el suicidio asistido de Peter Smedley en la clínica suiza Dignitas). 

martes, 14 de junio de 2011

Adúlteros de 9 a 18

Cada vez somos más virtuales. Nuestros cuerpos son imágenes en Facebook; nuestras voces, mensajes de texto; nuestros movimientos, impulsos nerviosos en la PlayStation.
Ahora, de pronto, ese mismo mundo virtual propicia el encuentro de los cuerpos, de los cuerpos reales. Hay un sitio (The Ohhtel, se llama pícaramente) “exclusivo para hombres y mujeres que desean conservar su matrimonio pero necesitan encontrar intimidad sexual en otro lugar”.
Es un sitio para que los casados localicen una pareja que quiera tener una relación sexual pura, puramente sexual, sin compromisos. En el primer mes de vida, se incorporó un adúltero potencial cada 60 segundos, casi todos ellos entre las 9 y las 18, en horario laboral.
Es como si los cuerpos virtuales, hechos de la materia de los sueños, se transformaran en cuerpos de carne enamorada o, en todo caso, de carne excitada. Como si en este borde erótico se abriera una grieta, una cesura que pone en riesgo el control social de los cuerpos reales. ¿Esto es realmente así?

lunes, 13 de junio de 2011

Pesadilla

Siempre tuve una fantasía atroz. Dentro de un tiempo, alguien inventará cómo registrar todas las veces tecleé “deshacer escritura” (ctrl+z) al escribir un texto en la computadora.
Sería como detectar los pentimenti de los pintores, las pinceladas vergonzosamente tapadas con otras pinceladas arrepentidas. Como el óleo siempre está fresco, se transparenta a lo largo de los años. Es lo que pasa a La ninfa sorprendida de Édouard Manet que está en el Bellas Artes. En un ángulo del cuadro se ve claramente un pentimento, una vacilación del artista.
En mi caso se vería cuántas veces escribí, una y otra vez, una primera frase. Cuántas veces la borré, la reescribí, la borré de nuevo. Y cuándo volví atrás, cuándo me copié a mí mismo. No faltaría quien leyera mis textos desde mis propias vacilaciones. Un horror.
(Hoy, 13 de junio, es el Día del Escritor). 

jueves, 2 de junio de 2011

Realidad punto com

Se conocieron a través de una red social. Sabían poco el uno del otro, apenas el perfil seguramente engañoso que habían ingresado a sus cuentas. Ella sola, aburrida de 10 a 19 en una zapatería del barrio de Agronomía, pisando los 40. El domingo lo invitó por primera vez a la casa.
Antes de ayer encontraron el cuerpo descosido por ocho puñaladas, chamuscado torpemente con alcohol de quemar.
Cada vez más nuestros cuerpos son virtuales. Flotan en Facebook, Twitter, los correos electrónicos. Van y vienen blandos, fluidos porque fueron hechos para nadar en el ciberespacio. No para otra cosa. En cuanto algún internauta intenta cambiar los códigos de la virtualidad se encuentra con los cuerpos duros, a veces crueles, de la realidad.

lunes, 30 de mayo de 2011

El relato del relato

Daniel Santoro, "La infancia de los próceres"
(acrílico, 30x35)

Nunca le pregunté a Daniel Santoro el sentido de la tapa que hizo para La infancia de los próceres (Biblos, 2004). Simplemente le conté que me interesó escribir sobre el imaginario social de la época en que esos hombres notables fueron chicos porque fue contra esa formación que habrían de levantar la revolución. Y Santoro lo relató en imágenes.
Los próceres no están. Sólo están en las cabecitas de fósforo de esos escolares que caen como campanitas con los guardapolvos inflados de cielo. Pasan de largo el basamento de un monumento oficial vacío. Es porque en la historia oficial esos hombres de sueños y de huesos no tienen lugar.

jueves, 26 de mayo de 2011

El acá de la muerte

Sueño compasivo. Piedad V, Jan Fabre
Los artistas siguen tratando de representar lo irrepresentable. Acaso eso sea el arte: el intento obstinado de decir lo indecible.
Como fuere, en la próxima Bienal de Venecia el escultor Jan Fabre presentará una versión de La pietá. María tiene el rostro descarnado de la muerte. Y Cristo, que reproduce las facciones del propio artista, es un cuerpo en descomposición.
Los gusanos se anuncian. El más allá es el acá de los esqueletos. Fabre muestra carne corrompida donde no debería haber más que gloria.  

lunes, 23 de mayo de 2011

La muerte no tiene nombre

Una bolsa de plástico con calamares que se descomponen, una remera, unas medias viejas, unas zapatillas gastadas. Esto es “Autorretrato sobre mi muerte” de Carlos Herrera, un artista conceptual premiado en ArteBA.
Lo que quiso evocar, dice, es el “olor a la muerte” (los calamares que se pudren, si es que ése es el olor a la muerte). Lo que queda después de morir, lo puramente matérico, la carne animal que se corrompe.
No es así. La muerte es irrepresentable (ver Ricardo Lesser, Vivir la muerte, Longseller, 2007). Representar es hacer presente algo en la imaginación con palabras o imágenes que lo sustituyen. Lo que supone conocer ese algo que se quiere representar. Pero la muerte es incognoscible. Hay que morir para conocerla y entonces no se la puede conocer.
La muerte, en fin, no tiene nombre. Si pudiéramos nombrarla (nombrar es un modo del dominio) seríamos sus amos. Pero no lo somos.

martes, 3 de mayo de 2011

Marcadas


La marca à fuego sobre la piel no solo es la más antigua, sinó también la más frecuentemente usada. Esta preferencia es debida, à la par que á su gran duración, à la facilidad y prontitud con que se ejecuta.
De Nuevo tratado de cirujía general veterinaria, Juan Antonio Sainz y Rozas, 1867.
Las mujeres quemadas son mujeres marcadas por hombres que se creen propietarios.
De Descaradas, Ricardo Lesser, Caras y Caretas, abril 2011. 

sábado, 30 de abril de 2011

Como moscas

Si uno se suscribe, apenas enciende el iPhone aparece un mapita que indica en tiempo real dónde están las personas incluidas en la lista de contactos; esposos, amantes o lo que fuere. Ahora parece que las corporaciones informáticas tienen esos datos quiéralo uno o no. No hay vida privada que aguante.
También somos rastreados por las cámaras de seguridad que hay en las calles, en los bancos, en las oficinas. Hasta cuando pasamos nuestra tarjeta monedero en el subte alguien sabe dónde estamos y qué estamos haciendo.
“Ya nunca volveremos a estar solos”, dijo alguien. No es así.
En el Buenos Aires antiguo sí que la experiencia de la soledad era imposible. Uno convivía con padres, hijos, tíos, primos. Hoy las redes del parentesco no son relevantes. Lo que cuenta son otras redes, invisibles.
No es que nunca volveremos a estar solos. Lo que pasa es que nunca volveremos a pasar desapercibidos.  Estaremos geolocalizados constantemente. Pendemos de las telearañas informáticas como moscas enloquecidas.     

viernes, 29 de abril de 2011

Cuentacuentos

El grupo Caretas, conformado por Mariana Erázun y Alicia Álvarez, narró escénicamente  “Arrebatos del deseo”, un texto de Ricardo Lesser que dio nombre al espectáculo de narración oral en Neuquén. Las cuentacuentos afirmaron que el espectáculo abre "un juego escénico que buscar encontrar el hilo conductor que ate los extraños relatos y las intensas tramas que magisttralmente dibujaron escritores como Ángeles Mastretta, Lesser o Isabel Allende".

jueves, 28 de abril de 2011

Mapas sociales

1778: El primer mapa social de Buenos Aires
(200 años de vida privada, General Villegas, febrero de 2011.
El primer censo poblacional de Buenos Aires fue en 1778. Carlos III ensayaba nuevas técnicas de control sobre sus súbditos. Había que registrar sus cuerpos, su sexo, su piel, su condición social.
Las cuentas revelaron lo que ya se sabía: había 25.000 almas (hubieran cubierto menos de las dos quintas partes del Monumental). Los vecinos principales vivían en torno a la Plaza Mayor (hoy Plaza de Mayo). Los Belgrano (la segunda fortuna de la villa) vivían en Santo Domingo (ahora Belgrano), cerca del río. Los Pueyrredón en San Martín de Tours (Reconquista).
Durante años, Buenos Aires creció sobre la traza cuadrada de la Plaza de Mayo. En el siglo XX, las políticas de vivienda y de transporte hicieron que la ciudad se fuera ampliando concéntricamente. Las villas miseria se instalaron en los espacios vacantes, las cuencas inundables de Matanza-Riachuelo y Reconquista.
Desde los 90, fueron propietarios quienes pudieron: las clases medias altas y altas. Los demás quedaron inquilinos para siempre. Después cambió el patrón de crecimiento de Buenos Aires. Vino la suburbanización de las élites, como dice el arquitecto Horacio Torres. Las clases altas se mudaron a los countries de Pilar, Cañuelas y hasta Berazategui. Allí conviven los nuevos clubes de campo con las villas. Vaya paradoja.      

martes, 26 de abril de 2011

Amores eran los de antes

Estos son días de pasiones líquidas. El amor tiene fecha de vencimiento. Los enamorados lo destapan y se evapora como un mal perfume. Las promesas (“Hasta que la muerte nos separe") no significan nada.
Pero a no equivocarse, la utopía del amor todavía está allí. La prueba son esas lágrimas que provocan los romances de la ficción. Todos desean desesperadamente relaciones románticas estables y seguras. Pero en el mercado del amor y del sexo hay una oferta casi infinita. Es como si los enamorados estuvieran todo el tiempo evaluando el grado de satisfacción que le proporciona el otro. Y lo cotejan con la satisfacción que podría darle un tercero. Hay, entonces, un dilema: se desea un compromiso a largo plazo pero, al mismo tiempo, se lo evita.
El paradigma del desafecto es la Malparida de la telenovela. Lo anuncia la cortina musical: “Tú eres la virgen de la avaricia/Controlas tus caricias con una calculadora/La que nunca se enamora”. Renata se acuesta con Lautaro, con Lorenzo, con Uribe, con Carvallo. Lo hace con una naturalidad envidiable. No se le mueve un músculo. Quién sabe si no es frígida. Salvo con Lautaro, desde ya. El amor entre ellos sigue intacto.
Renata es bellísima, despiadada, un poco loca. Es una loba depredadora con los hombres. No falta quien se identifique con ese amor de mercado. Como dice Woody Allen, “la vida no imita al arte, sino a la mala televisión”.
En todo caso, la Malparida enseña una distancia irónica acerca de los propios ideales del amor. El flechazo del primer encuentro es algo que dura poco. La sexualidad puede ir y venir por donde se le antoje. Es más, es bueno que vaya y venga así uno aprende. (Fragmento)

Ricardo Lesser
Caras y Caretas N° 2256; marzo 2011

Los secretos del pozo

Las imágenes eróticas encontradas en la casa de los 
Cobo habrían sido inspiradas en las litografías del 
pornógrafo francés Achille Deveria.
En la casa de Manuel José Cobo, como en todas por entonces, había un pozo de basura que se había llenado entre 1860 y 1895.  Tendría unos siete, siete  metros y medio. Los sirvientes tiraban los desperdicios en ese hoyo y los tapaban con paladas de tierra para que no olieran.
Un verano cualquiera, al arqueólogo urbano Daniel Schávelzon se le dio por excavar y traer a la memoria lo olvidado cien años atrás. En la fosa encontró lo usual: botellas desbaratadas, frascos que fueron de perfumería, copas quebradas. (…) Lo verdaderamente sorprendente fue el hallazgo de tres placas eróticas de porcelana. En la más completa –dice Schávelzon- hay “una pareja semidesnuda sobre un chaise-longue con cortinas y a un lado una mesita de luz con un vaso y un botellón. Los personajes están el hombre abajo y la mujer encima y ella toca una flauta que, en una escena digna de Las mil y una noches, produce la elevación del órgano sexual masculino”.  
Por supuesto, las placas eran importadas, seguramente de Francia. La europeización del estilo de vida se veía hasta en las chucherías eróticas. Pero no es sólo ahí donde se devela la vida privada. A simple vista, las porcelanas eran inocentes. Hasta ponerlas a contraluz. Entonces transparentaban las desnudeces maliciosas.
La pornografía es la mostración de lo genital, de lo obsceno (del latín obscēnus, “fuera de  la escena”), lo que tiene que estar fuera de la vista. La oleada de pornografía que venía de Europa ocurría justamente cuando los caballeros y las damas ponían distancia con los que no lo son a través de una cortesía exacerbada. Había allí una doble moral. La doble moral propia de la alta sociedad. La doble moral de esas placas eróticas que sólo cuando se ponen a la luz muestran lo que en realidad son. (Fragmento)
Ricardo Lesser
Caras y Caretas N° 2243; febrero 2010

Santos varones

Joaquín Belgrano Melián (1805-1867), 
el hijo de la parda Mauricia y el sacerdote 
Domingo, hermano de Manuel Belgrano.
En verdad, en aquel entonces nadie se escandalizaba demasiado por los deslices de esos santos varones, que tenían más de varones que de santos. Un caso evidente era el de Joaquín Eulogio Estanislao Belgrano y Melián, que en 1829 ya era un mozo de veinticuatro años.
Joaquín era hijo de la parda libre Mauricia Cárdenas y del canónigo Domingo José Estanislao Belgrano, más conocido por ser hermano de Manuel que por sus altas dignidades eclesiales.
Manuel Belgrano designó a Domingo como su albacea. Una de las cosas que tenía que hacer era pagar sus deudas y, con lo que sobrara, asistir a su hija natural, Manuela Mónica del Corazón. La niña fue criada por su tía Juana María bajo la dirección espiritual del canónigo.
Domingo no era sacerdote porque lo hubiera querido él, sino su padre. En su afán de acrecentar su patrimonio y reproducir su poder, las familias principales tributaban a la Iglesia el primero de sus hijos varones. Más de la mitad de los curas eran, precisamente, primogénitos. Y las tentaciones del mundo eran muchas, a veces irresistibles, como se ve. 
No sabemos qué fue de la parda Mauricia. Pero sí que el hijo sacrílego, como les llamaban entonces, del padre Belgrano fue adoptado por uno de sus hermanos menores, Joaquín Eulogio Belgrano y su esposa Catalina Melián y Correa.
Este matrimonio también adoptó a Isaac Melián y Belgrano, hijo natural del hermano de Catalina, el coronel José Antonio Melián y Correa. José Antonio había acompañado a Manuel Belgrano en su Expedición Libertadora al Paraguay. Después de destacarse en la Campaña de los Andes, vivió en Chile por más de tres décadas.
Tal vez Isaac frecuentó al coronel Melián cuando éste regresó a Buenos Aires. Como fuere, fue uno de los que recibió los restos de San Martín, en 1880, en su carácter de “deudo de los próceres de la Independencia”. Quién sabe si aludía a su padre biológico o a su tío Manuel Belgrano. ◊ 

Ricardo Lesser
Caras y Caretas N° 2242; enero 2010

Olor a uno

[Durante la Colonia] en el fondo de las casas estaba el común, la letrina (llamativamente, también se llamaba común al conjunto de vecinos que no eran nobles, ni principales). Ahí se plantaban limoneros y lavandas para tapar el olor. Para disimular los tufos de la convivencia se quemaba incienso en las casas, que olían a iglesia.
Esta aversión a los olores que denuncian la animalidad del cuerpo humano sigue tan campante en estos tiempos. Hace poco nos cayó en la mano un folleto que promovía repuestos en aerosol para desodorizantes automáticos. Se trata de esos aparatitos maravillosos que dispensan una nube de fragancias cada tantos minutos. Y que prometen que nunca, pero nunca, habrá un vaho sospechoso en casa.
Para semejante utopía se promete un body shop con olor a banana (para el hombre, desde ya) y otro con olor a té verde o a jeans (sic) para la mujer. Y una esencia que huele… a shopping. Se trata, pues, de recrear en casa esa ensoñación del consumo que significan los shoppings. Pero hay más. También se ofrece, literalmente, esencia de “shopping USA”. ¿Hay algo más sofisticado?
La utopía desborda. Hay un aviso televisivo que promueve un perfume que se esparce en el auto y la muchacha espléndida de la caseta del peaje se sube, enamorada. Ya no es el aura seminalis, sino ese vago olor a auto nuevo, que viene a coronar la fantasía del coche como un falo todopoderoso.
Ya nadie huele a sí mismo. Uno huele a lavanda, a canela. No a su propia piel. No a sudor, por más honesto que sea. No a amor, cuando el amor se hace. (Fragmento)
Ricardo Lesser
Caras y Caretas N° 2246; mayo 2010

200 años de vida privada

El viernes 18 de febrero [de 2011] visitará nuestra Ciudad, General Villegas, el sociólogo argentino Ricardo Lesser. Traído por la Biblioteca Municipal dictará un curso sobre la historia de la vida privada entre 1610 y 1810.
Quiero contarles quién es y contagiarlos de mi entusiasmo para que no se lo pierdan.
Conocí a este escritor maravilloso gracias a mi curiosidad lectora. Leyendo a Federico Andahazi, en “Pecar como Dios manda”, descubrí en el material bibliográfico un libro y un autor que llamaron mi atención. “Hacer el amor”, de Ricardo Lesser.
Sostengo desde hace un tiempo que el encuentro con un libro está envuelto de magia, sobre todo cuando éste se convierte en “el” libro. Y que llega a nuestras manos cuando debe hacerlo y no antes.

Por qué la historia de la vida privada

María Frascara. Ricardo, luego de algunos libros publicados eligió franquear  los enigmas del cuerpo, del morir y del sentir, los que envolvieron a nuestra sociedad entre 1610 y 1810. ¿Cuándo y por qué supo que ésta era una asignatura pendiente de la historia?
Ricardo Lesser. Los libros tienen sus propios designios y se nos imponen, quiéralo uno o no. Allá por el 2000, quise escribir una biografía del virrey Vértiz, sólo porque había sido humillado una y otra vez por el arrogante militar que fue Cevallos. El libro terminó siendo un sondeo de Los orígenes de la Argentina. Ahí aprendí que a la Argentina hay que rastrearla en 1776, cuando se funda el Reino del Río de la Plata, porque allí es donde nace la modernidad.
Cuando me paseaba por las calles del Buenos Aires colonial descubrí que había chicos. No los tomaban muy en serio, eran piezas de la estrategia familiar de sus padres. Pero terminarían siendo algo más: los héroes de una revolución a medias. Quise ver cómo eran. El resultado fue La infancia de los próceres.
Antes de que terminara los originales, caí en la cuenta que esos chicos habían sido criados con ciertas representaciones de lo que era el cuerpo. Amaban, morían, sentían de un cierto modo que les venía dado por sus padres. Comprendí que, si uno quiere entender de verdad qué pasó con esos héroes, hay que descifrar, si acaso eso es posible, de qué manera esos cuerpos estaban sujetos a una cultura dominante. De allí la trilogía Hacer el amor, Vivir la muerte y Celebrar los sentidos.

lunes, 25 de abril de 2011

Celebrar los sentidos

En el marco de la 34ª Feria El Libro, el historiador Jorge Gelman presentó el libro Celebrar los sentidos. Historias de sensaciones y gozos entre 1610 y 1810 de Ricardo Lesser. La publicación completa la trilogía La Historia del Cuerpo en el Buenos Aires Colonial, a través de la cual se propone un análisis desde la microsociología para develar los significados sociales del cuerpo. Las obras anteriores fueron Hacer el amor. Historias de amor y sexo entre 1610 y 1810 (publicado en el 2006), una inédita historia sexual de la época; y Vivir la muerte. Historias de vida y de muerte entre 1610 y 1810 (editado en 2007), una mirada puesta en el cuerpo mortal de aquel entonces.
Lesser invitó a los lectores presentes a un recorrido imaginario por los aromas y sensaciones de los hombres y mujeres de la colonia. De esta forma, dejó entrever el abordaje del libro, que refiere a una historia del cuerpo de los porteños de la época colonial. Una historia que indaga la política de la mirada implícita en las enaguas ricamente adornadas de encajes y procura develar qué había detrás del gusto por las comilonas y cómo se fue instalando una gastronomía del sabor. Un recorrido que no se contenta con describir los cuerpos que se rozaban oyendo la música de los minués, sino que también se pregunta por el gozo del movimiento y del tacto.

Hacer el amor

Félix Luna y Ricardo Lesser en pleno debate
“Un libro que le hubiera dado una pataleta a viejos historiadores como Raúl Molina”. Esto dijo Félix Luna al presentar Hacer el amor. Historias de amor y sexo entre 1610 y 1810. El texto se preocupa por saber por qué en la Colonia la desnudez no era cosa de señoras decentes, por qué sólo se podía mirar la desnudez del Cristo crucificado. Se pregunta también cómo puede ser que, en una sociedad pacata donde cualquier manifestación de la sexualidad era considerada pecaminosa, los sacerdotes levantaran actas de divorcio donde ponían el sexo en palabras con una liberalidad sorprendente.