Por qué Historias con Lupa

Si uno le pone una lupa a una tela aparentemente lisa descubre nudos impensados, hilos desparejos antes imperceptibles. Lo mismo pasa con la Historia. Cuando uno la mira con una lente inquisitiva, aparecen las vidas privadas, las mezquindades y los heroísmos y, en el fondo silencioso, los deseos, esos que explican de verdad las conductas. Esto queremos aquí: mostrar las historias con minúscula, los hilos imperfectos pero espléndidos que forman el tejido de la Historia con mayúscula.

Pero hay también otro modo. Una historia, esta vez de lo más íntimo, el cuerpo, escrita con imágenes. Para eso hay que ir a www.imagenesdelcuerpo.blogspot.com.

sábado, 24 de septiembre de 2011

Santos varones

Joaquín Belgrano
En verdad, en aquel entonces nadie se escandalizaba demasiado por los deslices de esos santos varones, que tenían más de varones que de santos. Un caso evidente era el de Joaquín Eulogio Estanislao Belgrano y Melián, que en 1829 ya era un mozo de veinticuatro años.
Joaquín era hijo de la parda libre Mauricia Cárdenas y del canónigo Domingo José Estanislao Belgrano, más conocido por ser hermano de Manuel que por sus altas dignidades eclesiales.
Manuel Belgrano designó a Domingo como su albacea. Una de las cosas que tenía que hacer era pagar sus deudas y, con lo que sobrara, asistir a su hija natural, Manuela Mónica del Corazón. La niña fue criada por su tía Juana María bajo la dirección espiritual del canónigo.
Domingo no era sacerdote porque lo hubiera querido él, sino su padre. En su afán de acrecentar su patrimonio y reproducir su poder, las familias principales tributaban a la Iglesia el primero de sus hijos varones. Más de la mitad de los curas eran, precisamente, primogénitos. Y las tentaciones del mundo eran muchas, a veces irresistibles, como se ve. 
No sabemos qué fue de la parda Mauricia. Pero sí que el hijo sacrílego, como les llamaban entonces, del padre Belgrano fue adoptado por uno de sus hermanos menores, Joaquín Eulogio Belgrano y su esposa Catalina Melián y Correa.
Este matrimonio también adoptó a Isaac Melián y Belgrano, hijo natural del hermano de Catalina, el coronel José Antonio Melián y Correa. José Antonio había acompañado a Manuel Belgrano en su Expedición Libertadora al Paraguay. Después de destacarse en la Campaña de los Andes, vivió en Chile por más de tres décadas.
Tal vez Isaac frecuentó al coronel Melián cuando éste regresó a Buenos Aires. Como fuere, fue uno de los que recibió los restos de San Martín, en 1880, en su carácter de “deudo de los próceres de la Independencia”. Quién sabe si aludía a su padre biológico o a su tío Manuel Belgrano. ◊
Vidas privadas
Santos varones (fragmento)
Caras y Caretas N° 2242; enero 2010

martes, 20 de septiembre de 2011

El descontrol de los barriletes

Es 1866, son tiempos bravos. El coronel Aurelio Cuenca asume como Jefe de Policía de Buenos Aires. Su primer edicto: “Se prohíbe a los menores que se entretengan en el juego del barrilete en la vía pública”. No vaya a ser que se descontrolen.
Da risa. En la “vía pública”, los chicos trabajan desde los seis años. Se trepan a los carros y roban puñados de carbón que venden para comprarse cigarrillos. Vagabundean por la calle a la mala de Dios.
Lo cuento en el libro que estoy escribiendo (la segunda parte de mi Hacer el amor):
“Cualquier sitio sirve: una pieza en una fonda de mala muerte, una casa abandonada, los bajos del Puerto, allí, en Paseo Colón, donde se mezclan prostitutas y travestidas. El onanismo –se esnadaliza Carlos Arenaza, médico de la policía- pierde con demasiada frecuencia el carácter de “vicio solitario” pues se practica en rueda, sin consideraciones de lugar y oportunidad. Es una especie de justa, en la que un grupo de menores inician al mismo tiempo la operación, bajo el control mutuo y aquel que termina primero, recibe el premio convenido que consiste generalmente en cigarrillos y centavos, cuando no las hojas periódicas que vocean por nuestras calles.
Y el coronel Aurelio Cuenca se preocupaba por los barriletes.