Por qué Historias con Lupa

Si uno le pone una lupa a una tela aparentemente lisa descubre nudos impensados, hilos desparejos antes imperceptibles. Lo mismo pasa con la Historia. Cuando uno la mira con una lente inquisitiva, aparecen las vidas privadas, las mezquindades y los heroísmos y, en el fondo silencioso, los deseos, esos que explican de verdad las conductas. Esto queremos aquí: mostrar las historias con minúscula, los hilos imperfectos pero espléndidos que forman el tejido de la Historia con mayúscula.

Pero hay también otro modo. Una historia, esta vez de lo más íntimo, el cuerpo, escrita con imágenes. Para eso hay que ir a www.imagenesdelcuerpo.blogspot.com.

viernes, 30 de diciembre de 2011

Qué me van a hablar de amor

Aurelia Vélez Sarsfield

“Te amo con todas las timideces de una niña, y con toda la pasión de que es capaz una mujer. Te amo como no he amado nunca, como no creí que era posible amar. He aceptado tu amor porque estoy segura de merecerlo”. La carta no tiene firma, ni destinatario, ni fecha (acaso enero de 1862). Pero nadie duda que la escribió Aurelia, la hija de Dalmacio Vélez Sarsfield, a su bien amado Domingo Faustino. El tono, ese tuteo íntimo en una época en que el usted ponía distancias, el estilo. No podía ser otra que Aurelia.
Un mal día, Dominguito interceptó una carta del padre que no decía Aurelia, sino un señuelo cualquiera para que no cayera en manos de la esposa, el nombre de una vieja que no sabía ni leer ni escribir. Pero cayó, nomás. A Benita se la llevaban los vientos.
Hubo desde entonces muchos océanos que separaban y otros tantos puentes. Una de aquellas veces fue cuando Aurelia le pidió que, siendo casada aunque divorciada, su pasión declinara en amistad. “Desde hoy soy viejo”, le contestó Sarmiento.

miércoles, 28 de diciembre de 2011

Imágenes del cuerpo. Ostentatio genitalium

Varón de dolores, Maarten van Heemskerck, 1532, 
Museo de Bellas Artes de Gante, Bélgica

Aquí Cristo es “varón de dolores” (Is. 53:3). Los ángeles se disputan la carne resucitada. La mano muestra el estigma, la marca. El costado todavía sangra un poco, dando prueba de la sangre renacida. El cuerpo, espléndido. No podría ser de otro modo, es el cuerpo de la resurrección.
Tampoco podría ser de otro modo el pene apenas velado, poderoso. Es el símbolo de la restauración después de la muerte. Como Osiris, con el miembro viril enhiesto después de que Isis lo recogiera en pedazos del Nilo. El falo no es sino la inmortalidad. Siempre lo fue.
En el Renacimiento, era frecuente la mostración ostensible de los genitales de Cristo, como en este cuadro ciertamente manierista del holandés van Heemskerck. El acontecimiento de la resurrección, diría Badiou, consiste en que Cristo es humano; un varón de dolores experimentado en el quebranto, dice Isaías. La llamada ostentatio genitalium venía a confirmar esa carnalidad paradojalmente gloriosa.
No pocos artistas renacentistas mostraban con orgullo el pene de Cristo como testimonio de la pujanza de la carne, de la derrota de la muerte. Después vinieron otros tiempos. En la capilla de Sixto IV, los genitales majestuosos de El Juicio Final fueron tapados con trapos vergonzosos. Es una lástima que el cristianismo renunciara a este cuerpo del pene insurrecto. 

lunes, 26 de diciembre de 2011

Personajes. Juan Baigorri

Juan Baigorri y su caja de hacer llover

Le decían Júpiter, por el dios del tiempo y los ciclos agrarios. Más ramplones, otros lo llamaban simplemente el mago de Villa Luro. Ni mago, ni dios. Sacaba su cajita, no más grande que una radio de entonces, y hacía llover.
Tanto hacía llover que opacaba la guerra civil en la España desangrada y los rumores de guerra. Hasta se dijo que había desencadenado la tormenta que se abatió sobre el Canal de la Mancha sobre el infeliz Chamberlain, que todavía creía que podía negociar con Hitler. Cuentan que lo paraban en la calle para que no hiciera llover los domingos, para no estropear el asadito de fin de semana.
Como sea, Juan Baigorri hacía llover. Nunca se supo cómo. Se llevó el secreto a la tumba, en 1972. Cuando lo enterraban en la Chacarita, octogenario y pobre, se largó a llover.