Por qué Historias con Lupa

Si uno le pone una lupa a una tela aparentemente lisa descubre nudos impensados, hilos desparejos antes imperceptibles. Lo mismo pasa con la Historia. Cuando uno la mira con una lente inquisitiva, aparecen las vidas privadas, las mezquindades y los heroísmos y, en el fondo silencioso, los deseos, esos que explican de verdad las conductas. Esto queremos aquí: mostrar las historias con minúscula, los hilos imperfectos pero espléndidos que forman el tejido de la Historia con mayúscula.

Pero hay también otro modo. Una historia, esta vez de lo más íntimo, el cuerpo, escrita con imágenes. Para eso hay que ir a www.imagenesdelcuerpo.blogspot.com.

sábado, 11 de febrero de 2012

Su cuna no fue un conventillo

El tango nace prostibulario. Quienes lo afirman tiran sobre la mesa decenas de partituras para piano, generalmente sin letra, pero con títulos con doble sentido. Afeitáte el 7 que el 8 es fiesta. Hacéle el rulo a la vieja. Ni hablar de Cara sucia, cuyo título originario no aludía precisamente a la cara por lavar.  
Una de esos tangueros pícaros fue Bernardino Terés, que compuso un tango “sobre las populares canciones La Marquesita y La Carolina”. En la partitura se ve un caballero (algo procaz, a decir verdad), que le pide a una señorita displicente que le interprete precisamente La Carolina. Un desgraciado error tipográfico hace que en la partitura se lea todo corrido: Tocámela Carolina.
En lo que nadie repara es que esos tangos son para piano. En las primeras décadas del siglo XX hay un activo mercado de partituras para piano. Ahora, ¿quiénes compran las partituras? Las chicas (y, por qué no, las señoras) de clase media. Las mismas que, si alguien las mira, aprietan las piernas de miedo de que el sexo se les caiga en la vereda, como decía Oliverio Girondo.
Tal vez esta música equívoca se escucha en las vitrolas de los prostíbulos, pero sin duda se toca a la hora de la siesta en el comedor de las casas de barrio.
Como fuere, Ernesto Sábato refuta la asimilación del tango al sexo. Se crea lo que no se tiene, argumenta, lo que nos causa ansiedad y esperanza. A fines del siglo XIX, el inmigrante solitario que entra a los lupanares resuelve su necesidad sexual con trágica facilidad. El acto sexual, entonces, es doblemente triste: deja al hombre en la soledad inicial y lo enfrenta a la frustración de haber intentado quebrarla sin éxito.
De modo que el tango, dice Sábato, no evoca el prostíbulo sombrío. Invoca la añoranza de la mujer, el cuerpo Otro. Tal vez por eso es triste.

martes, 7 de febrero de 2012

Personajes. Kamehameha I

Kamehameha I (1758/1819)

Hipólito Bouchard no lo podía creer. ¿Éste era el reyezuelo que le habían dicho? ¿Éste era el salvaje que hace poco nomás ofrecía sacrificios humanos a sus dioses primitivos? ¿Éste era el de las varias esposas y el mucho pecado?
Kamehameha I, soberano de las islas y las aguas del archipiélago de Sandwich, lo miraba plácidamente. Tenía el color de los nativos en la piel y el color del tiempo en el pelo ensortijado. Lo que había sorprendido a Bouchard era que llevaba un uniforme de capitán de la marina de Su Majestad Británica. No por acaso, la bandera del reino llevaba ocho franjas, que representaban las ocho islas sobre las que mandaba el monarca (Oahu, Maui, Lanai, Kauai, Kahoolawe, Molokai, Niihau y la Isla Grande), y la británica Union Jack, tal cual, en un ángulo.
El corsario de las Provincias Unidas había ido allí porque en la bahía mal flotaba un buque de guerra desmantelado, los cañones y los pertrechos amontonados en la playa. Era la corbeta Santa Rosa, más conocida como Chacabuco, armada en corso por el Triunvirato. Los marineros se habían amotinado para piratear por las costas de Chile y Perú y de algún modo recalaron en la transparencia de aquellas aguas. Ahora Bouchard quería de vuelta la nave y encadenados los asilados, que retozaban en alguna de las islas del reino.
El rey de Hawai’i adujo que había pagado por la corbeta sus buenas dos pipas de ron y seiscientos quintales de sándalo. Que la Kalahoille, como la rebautizaron, era valiosa en aquel mar de canoas. Y que por los desertores le pagaban en guineas de oro contantes y sonantes. Después de algunos regateos, Bouchard se allanó a las pretensiones reales.
El 20 de agosto de 1818, en Karakakowa, la capital del reino, Kamehameha I, firmó un tratado de unión para la paz, la guerra y el comercio con Hipólito Bouchard. Bouchard le dio despacho de coronel y le regaló un uniforme correspondiente al rango. Según Bartolomé Mitre, fue la primera nación en reconocer a las Provincias Unidas del Sur.