Por qué Historias con Lupa

Si uno le pone una lupa a una tela aparentemente lisa descubre nudos impensados, hilos desparejos antes imperceptibles. Lo mismo pasa con la Historia. Cuando uno la mira con una lente inquisitiva, aparecen las vidas privadas, las mezquindades y los heroísmos y, en el fondo silencioso, los deseos, esos que explican de verdad las conductas. Esto queremos aquí: mostrar las historias con minúscula, los hilos imperfectos pero espléndidos que forman el tejido de la Historia con mayúscula.

Pero hay también otro modo. Una historia, esta vez de lo más íntimo, el cuerpo, escrita con imágenes. Para eso hay que ir a www.imagenesdelcuerpo.blogspot.com.

sábado, 30 de junio de 2012

Si el convento hablara...


No importa que tenga los cimientos de barro.
Igual quieren levantar una torre de dieciocho pisos
al lado del antiguo Monasterio e Iglesia de Santa
Catalina de Siena. Buenos Aires es autofágico, se
come su propia historia como un monstruo estúpido.

Este 5 de julio se cumplen 205 años de aquella mañana. Los Fusileros Reales de Northumberland, medias de seda blanca y chaquetas rojas, entraron a los gritos en el Monasterio e Iglesia de Santa Catalina de Siena.
La priora lo contó así: Nos vimos cercadas de estos impíos que entraron en tropel en la puerta de nuestro alojamiento, donde estábamos unidas las setenta religiosas que componemos esta comunidad. Allí los recibimos de rodillas en un profundo silencio. Estaban dispuestas a todo, aun a perder la virginidad si esa era la voluntad de Dios. No fue necesario, los fusileros se robaron los vasos sagrados y se fueron rumbo a su derrota a manos de Liniers.
Quince años después, en 1822, el deán informaba, no sin cierta repugnancia, que sor Vicenta, la hermana de Julián Álvarez, tenía convulsiones histéricas en “ciertos períodos del año”. (El santo varón no podía siquiera pronunciar la palabra menstruación, que era cosa mujeril y pecaminosa.) No había manera de calmarla. Ni siquiera la reclusión en una celda a pan y agua. Los gritos de la monja histérica resonaban en ese descampado que todavía estaba en el borde de la ciudad.
Las campanas del monasterio fueron las que le anunciaron a Francisquita el infierno por el que tantos méritos había hecho. La jovencita había saltado las tapias para ir a la cama del apuesto Carlos Ortiz de Rozas y el toque de maitines querían decir que no podría regresar a su casa porque la puerta ya estaba cerrada.
Esas historias todavía están allí, en esa reja de madera tallada del siglo XVIII, en las campanas que ya no tañen las horas canónicas como antes, en ese huerto ahora asfixiado por el pesado cemento del estacionamiento donde ahora quieren un rascacielos.  

Ver fragmento de Hacer el amor. Historias de amor y sexo, Ricardo Lesser (Buenos Aires Longseller, 2005) donde se narra la historia de Francisca Aldao y Rendón.