Por qué Historias con Lupa

Si uno le pone una lupa a una tela aparentemente lisa descubre nudos impensados, hilos desparejos antes imperceptibles. Lo mismo pasa con la Historia. Cuando uno la mira con una lente inquisitiva, aparecen las vidas privadas, las mezquindades y los heroísmos y, en el fondo silencioso, los deseos, esos que explican de verdad las conductas. Esto queremos aquí: mostrar las historias con minúscula, los hilos imperfectos pero espléndidos que forman el tejido de la Historia con mayúscula.

Pero hay también otro modo. Una historia, esta vez de lo más íntimo, el cuerpo, escrita con imágenes. Para eso hay que ir a www.imagenesdelcuerpo.blogspot.com.

martes, 22 de octubre de 2013

El motorman

Puente Bosch, Riachuelo, 1930. Caras y Caretas.
El interno 75 de la línea 105, Juan el tano Vescio, tomó la última curva, esa que anunciaba el puente levadizo, a toda velocidad.
(Unos minutos antes, la chata petrolera había tocado la sirena para que el operador del puente lo levantara. El operador encendió el peligro, porque eso era esa boca abierta sobre el Riachuelo, un peligro. Chirriando de humedad, el mecanismo se elevó).
La luz roja se le vino encima. El motorman manoteó la manivela. Estaba trabada por el desgaste. Se atolondró, en vez de cortar el suministro eléctrico, tironeó de la manivela inútil mientras las ruedas del tranvía ya rodaban locas en el aire. El vagón cayó al agua negra de noche y de inmundicia.
A las seis de la mañana del sábado 12 de julio de 1930, el tranvía obrero, así lo llamaban, iba atestado de laburantes que iban a Constitución. Ellos tampoco veían nada, las ventanillas estaban empañadas de niebla. De pronto, sintieron como si bajaran rápidamente en un ascensor. Era la muerte.
“Uno de los cadáveres extraídos –escribió Raúl González Tuñón en la quinta de Crónica- era un chiquilín como de catorce años. Obrerito joven, la muerte lo sorprendió tiritando de frío en un rincón del tranvía. Cuando levantaron ese cuerpecito liviano, llamó la atención lo abultado de uno de los bolsillos de su saco. Ese bulto resultó ser un sándwich. Un pan francés abierto en dos, llevando adentro una milanesa seguramente sobra del día anterior”.

“El [accidente] que más me marcó (y mirá que son muchos), el que más me marcó fue el de un nene de once años. Todavía me acuerdo y me agarra una cosa acá [la garganta] y acá [el corazón]”. 
Testimonio de un motorman en Signos asociados al trastorno por estrés postraumático en maquinistas de trenes del Área Metropolitaba Buenos Aires que participan en accidentes de arrollamientos de personas o vehículos, Superintendencia de Riesgos del Trabajo, 2006. 
El informe describe la ansiedad, los disturbios del sueño, la culpa y la depresión que les ocasionan los múltiples e inevitables arrollamientos. De 201 maquinistas entrevistados, todos habían tenido al menos un arrollamiento.