Por qué Historias con Lupa

Si uno le pone una lupa a una tela aparentemente lisa descubre nudos impensados, hilos desparejos antes imperceptibles. Lo mismo pasa con la Historia. Cuando uno la mira con una lente inquisitiva, aparecen las vidas privadas, las mezquindades y los heroísmos y, en el fondo silencioso, los deseos, esos que explican de verdad las conductas. Esto queremos aquí: mostrar las historias con minúscula, los hilos imperfectos pero espléndidos que forman el tejido de la Historia con mayúscula.

Pero hay también otro modo. Una historia, esta vez de lo más íntimo, el cuerpo, escrita con imágenes. Para eso hay que ir a www.imagenesdelcuerpo.blogspot.com.

jueves, 9 de julio de 2015

La ñata contra la reja



Esta galería de la casa de doña Francisca Bazán, donde se 
juró la Independencia, fue testigo de los corrillos azorados 
de quienes, como Belgrano, proponían que las Provincias 
Unidas en Sud América tuvieran un monarca incaico.
Era la hora de la siesta de aquel martes 9 de julio. María del Tránsito lo había despertado a la chita callando para ir a espiar “la fiesta” en la casa de doña Francisca. Llegaron enseguida, los Alberdi vivían ahí nomás, enfrente a la plaza. Pero ya había varios chicos prendidos de las rejas. Juan Bautista aprovechó que era bajito (recién el mes próximo cumpliría seis años) y se coló en la primera fila. Su hermana mayor, que apenas tenía diez pero que le hacía de mamá, lo reprendió en vano.
Era extraño que se comportara así. Habitualmente, Juan Bautista era algo apocado. Acaso porque se sentía responsable de la temprana muerte de su madre. Ya de viejo diría: “Mi madre había dejado de existir con ocasión y por causa de mi nacimiento. Puedo así decir, como Rousseau, que mi nacimiento fue mi primera desgracia”.
El chico conocía a varios de los señores que entraban a lo de doña Francisca. Los había visto en la casa de Belgrano de la Ciudadela, el campo atrincherado de las inmediaciones de San Miguel del Tucumán. El general lo dejaba jugar con los cañoncitos que se usaban en los juegos estratégicos que jugaban sus oficiales como si fueran niños, inclinados sobre el tapiz del salón. Aquí los nuestros, allí los godos; los cañoncitos, los caballitos de papel…
María del Tránsito estaba nerviosa. En cualquier momento su padre se levantaría de la siesta para atender la tienda. Si no los encontraba, se armaría la de San Quintín. Pero el mocoso no se quería ir. Acababa de entrar el diputado por Tucumán, Pedro Miguel de Aráoz, un pariente suyo que era sacerdote. Al cura Perico, así lo llamaban, le gustaba de vez en cuando usar levita laica y hebillas de oro en los zapatos.
Su hermana se lo llevó a los empellones. Justo cuando se iban, un diputado leía: “Nos los representantes de las Provincias Unidas en Sud América…” Estaban declarando la independencia. No habían podido darse una constitución. No importa, Juan Bautista Alberdi se encargaría de eso.