Por qué Historias con Lupa

Si uno le pone una lupa a una tela aparentemente lisa descubre nudos impensados, hilos desparejos antes imperceptibles. Lo mismo pasa con la Historia. Cuando uno la mira con una lente inquisitiva, aparecen las vidas privadas, las mezquindades y los heroísmos y, en el fondo silencioso, los deseos, esos que explican de verdad las conductas. Esto queremos aquí: mostrar las historias con minúscula, los hilos imperfectos pero espléndidos que forman el tejido de la Historia con mayúscula.

Pero hay también otro modo. Una historia, esta vez de lo más íntimo, el cuerpo, escrita con imágenes. Para eso hay que ir a www.imagenesdelcuerpo.blogspot.com.

viernes, 10 de marzo de 2017

El cruce que no fue

1817 fue un mal año para Casimiro Marcó del Pont. 
Sus tropas fueron diezmadas en Chacabuco. 
Su calesa con vidrios, toda una rareza para Chile, 
se rompió. De modo que tuvo que huir a lomo 
y pezuña. Pero la nave que lo llevaría a Lima había 
zarpado un rato antes. Cayó prisionero. 
Lo aprehendió un fraile metido a granadero, Aldao. 
Un fraile, qué vergüenza.
San Martín tenía miedo. Después de la hecatombe en Rancagua, en la primavera de 1814, los realistas podían invadir Cuyo tranquilamente. Las fuerzas cuyanas eran todavía exiguas: los chilenos vencidos que quedaron vivos y menos de mil milicianos mendocinos sin armamentos ni instrucción alguna. Los únicos veteranos eran los veinte o treinta blandengues que hacían sebo en el fuerte de San Carlos.
En esos días llegó a Chile el mariscal Casimiro Marcó del Pont. Venía de compartir la prisión con Fernando VII, nada menos. Era un tanto afectado, el hombre. Los que no le querían lo llamaban la Pompadour. Fue aquel petimetre que dijo que firmaba con mano blanca, no con mano negra como la de San Martín.
Es probable que sus espías le dijeran que el Ejército de los Andes era todavía de papel. Y que el Ejército del Norte andaba a los tumbos. La invasión a Cuyo, en esos momentos, era una oportunidad sin igual. El éxito hubiera puesto a los realistas en condiciones de atacar por la espalda a los criollos insurgentes.
Pero el mariscal Casimiro Marcó del Pont no invadió. Estaba convencido que un ejército no podía cruzar los Andes.